Muy probablemente, si algún transeúnte trasnochado hubiese pasado la noche del sábado al domingo cerca del parking del centro comercial San Diego, y viera a las 7.00 de la mañana a un grupo de 18 personas, con pinta sospechosa, reunirse amparados por la oscuridad, hubiese pensado: “estos no planean nada bueno”… y acertaría.
Porque nada bueno, o mejor dicho, nada sensato planeábamos. O eso al menos es lo que se nos antojó nada más enfrentarnos a la imagen del Puig Campana desde la autopista.
¿Cómo describir una pared de doble pico y serpenteante canal que ascendía por encima de lo que cualquiera de nosotros, a esas horas, hubiese deseado? Probablemente las fotografías no hagan honor a la sensación que se tiene cuando se está debajo de esa mole.
Pero volvamos al principio. Al momento en el que, con más sueño que con planteamientos técnicos, nos encontrábamos.
Partimos temprano y puntuales. A las 7.00 de la mañana. La temperatura a esa hora era fresca, pero agradable. Se adivinaba que iba a ser un día claro, en contra de lo que anunciaban las previsiones. El viaje hasta Alicante fue tranquilo. Un poco largo, casi dos horas de autovía y autopista, pero sin mayor relevancia. Al menos hasta que la silueta del Puig Campana empezó a perfilarse en el horizonte. En ese momento, y a medida que empezábamos a vislumbrar su escarpada orografía, la sensación de que nos dirigíamos a algo “grande”, como alguien lo describió, se hacía palpable.
A las nueve y poco de la mañana, después de un frugal desayuno en un bar cercano, y acompañados durante unos minutos por una sonora romería, comenzamos la subida del Puig Campana.
Los primeros pasos se hicieron agradables. Sirvieron para calentar las piernas y tomar contacto con la montaña. Después llegó lo realmente duro. Ascender por la pedrera. Con un desnivel de 1000 metros, puede uno darse cuenta de lo que supone la ascensión. Dos pasos para arriba, uno para abajo. Las piedras, para todos los gustos y de todos los tamaños, hacían dificultosa la subida. Uno enterraba literalmente el pie y, si no tenía cuidado, caía arrastrado por cientos de piedras. No había más remedio que ayudarse de manos y bastones. Por suerte, era posible evitar algunos tramos subiendo por la derecha, donde uno se podía impulsar ayudándose de árboles y ramas. Aunque éstos eran contados y más abundaban los matojos con tremendos pinchos prestos a clavarse en la piel de cualquiera que tuviese la osadía de agarrarse a ellos. Creo que más de uno nos llevamos un recuerdo amargo de estas plantas en las manos.
La ascensión por la pedrera nos llevó casi una hora de esfuerzo, con continuos resbalones y caídas. Cabe destacar que no se tiene una imagen de la cima del Puig Campana hasta que concluye la pedrera. Una vez superado este obstáculo, el sendero se hace mucho menos pronunciado hasta que llegas a la cima de 1.408 metros.
Desde allí se tiene una panorámica bastante agradable de toda la bahía de Benidorm, así como de su conocida isla. Según se afirma, en los días claros puede incluso llegar a divisarse Ibiza, aunque esto es algo que no pudimos comprobar debido a la bruma que, en ese momento, se posaba sobre el mar.
El descenso lo iniciamos siguiendo un sendero mucho menos escarpado, pero bastante más largo que la subida, y que casi nos llevó a desear haber bajado por la pedrera, porque a esas horas estábamos agotados y estuvimos serpenteando un buen rato.
Finalmente, y ya bien entrada la tarde, llegamos al punto de partida donde nos solazamos un buen rato en un restaurante dando buena cuenta de unos refrescos y cervezas bien merecidas.
En definitiva fue una ruta magnífica la que pudimos disfrutar el pasado Domingo. A pesar de su merecida fama de dura, mereció la pena la ascensión al Puig Campana.
Antes de terminar, una mención especial para Rosi y Julia, que nos demostraron que cualquier mujer es capaz de superar los retos más difíciles en igualdad de condiciones que cualquier hombre.
Crónica redactada por Cristóbal Sánchez.
Porque nada bueno, o mejor dicho, nada sensato planeábamos. O eso al menos es lo que se nos antojó nada más enfrentarnos a la imagen del Puig Campana desde la autopista.
¿Cómo describir una pared de doble pico y serpenteante canal que ascendía por encima de lo que cualquiera de nosotros, a esas horas, hubiese deseado? Probablemente las fotografías no hagan honor a la sensación que se tiene cuando se está debajo de esa mole.
Pero volvamos al principio. Al momento en el que, con más sueño que con planteamientos técnicos, nos encontrábamos.
Partimos temprano y puntuales. A las 7.00 de la mañana. La temperatura a esa hora era fresca, pero agradable. Se adivinaba que iba a ser un día claro, en contra de lo que anunciaban las previsiones. El viaje hasta Alicante fue tranquilo. Un poco largo, casi dos horas de autovía y autopista, pero sin mayor relevancia. Al menos hasta que la silueta del Puig Campana empezó a perfilarse en el horizonte. En ese momento, y a medida que empezábamos a vislumbrar su escarpada orografía, la sensación de que nos dirigíamos a algo “grande”, como alguien lo describió, se hacía palpable.
A las nueve y poco de la mañana, después de un frugal desayuno en un bar cercano, y acompañados durante unos minutos por una sonora romería, comenzamos la subida del Puig Campana.
Los primeros pasos se hicieron agradables. Sirvieron para calentar las piernas y tomar contacto con la montaña. Después llegó lo realmente duro. Ascender por la pedrera. Con un desnivel de 1000 metros, puede uno darse cuenta de lo que supone la ascensión. Dos pasos para arriba, uno para abajo. Las piedras, para todos los gustos y de todos los tamaños, hacían dificultosa la subida. Uno enterraba literalmente el pie y, si no tenía cuidado, caía arrastrado por cientos de piedras. No había más remedio que ayudarse de manos y bastones. Por suerte, era posible evitar algunos tramos subiendo por la derecha, donde uno se podía impulsar ayudándose de árboles y ramas. Aunque éstos eran contados y más abundaban los matojos con tremendos pinchos prestos a clavarse en la piel de cualquiera que tuviese la osadía de agarrarse a ellos. Creo que más de uno nos llevamos un recuerdo amargo de estas plantas en las manos.
La ascensión por la pedrera nos llevó casi una hora de esfuerzo, con continuos resbalones y caídas. Cabe destacar que no se tiene una imagen de la cima del Puig Campana hasta que concluye la pedrera. Una vez superado este obstáculo, el sendero se hace mucho menos pronunciado hasta que llegas a la cima de 1.408 metros.
Desde allí se tiene una panorámica bastante agradable de toda la bahía de Benidorm, así como de su conocida isla. Según se afirma, en los días claros puede incluso llegar a divisarse Ibiza, aunque esto es algo que no pudimos comprobar debido a la bruma que, en ese momento, se posaba sobre el mar.
El descenso lo iniciamos siguiendo un sendero mucho menos escarpado, pero bastante más largo que la subida, y que casi nos llevó a desear haber bajado por la pedrera, porque a esas horas estábamos agotados y estuvimos serpenteando un buen rato.
Finalmente, y ya bien entrada la tarde, llegamos al punto de partida donde nos solazamos un buen rato en un restaurante dando buena cuenta de unos refrescos y cervezas bien merecidas.
En definitiva fue una ruta magnífica la que pudimos disfrutar el pasado Domingo. A pesar de su merecida fama de dura, mereció la pena la ascensión al Puig Campana.
Antes de terminar, una mención especial para Rosi y Julia, que nos demostraron que cualquier mujer es capaz de superar los retos más difíciles en igualdad de condiciones que cualquier hombre.
Crónica redactada por Cristóbal Sánchez.
Foto 1: Iniciando la ruta con "miedo" al ver claramente la pedrera-canal por la que ascenderiamos al Puig Campana.
Foto 2: La ascensión es continua hasta la misma cima del Puig Campana. Cristobal Sánchez y Juan Antonio Villaplana encabezan el grupo.
Foto 3: Cualquier descansillo en el terreno era aprovechado para "respirar", echar un trago de agua y tomar alguna foto como Rosi Ibañez.
Foto 4: Tano contemplando la magnifica panorámica que ofrece la cima del Puig Campana. Al fondo de la imagen se observa el Peñon de Ifach.
Foto 5: El grupo de participantes en la cima del Puig Campana. De izquierda a derecha: (de pie) Diego Fernandez, Cristobal Sánchez, Marcos Cano, Manuel Gimenez, Paco Clemente, Antonio Pérez Castejón, Sebastián Navarro-Soto (Tano), Andrés Martinez (Ambulancias), Juan Sánchez, Rosi Ibañez y Julia Millán; (sentados) Juanjo Vilar, Carlos García, Salvador Roman, Juan Antonio Molina (Juanan), Juan Javier García, Juan Antonio Villaplana y Benito Segura.
4 comentarios:
Ultimamente no ando muy sobrado de tiempo. Que alguien se anime a enviar una crónica. No es necesario ser un "Premio Planeta" o "Premio Nadal", mas bien un "Premio La Carrasca" y os aseguro que el nivel es normalico. Jajaja :))))
¿A qué correo se puede enviar una crónica?
Las crónicas se pueden enviar al mismo correo del Club: lacarrasca@gmail.com
Muy bien Juan Jose, soy Juan Moreno de Jumilla. he visto tu reportaje sobre el mítico Puig Campana y la verdad es que a pesar de su dificultad, vale la pena. Nosotros esperamos repetirlo para ir comprobando nuestras fuerzas ahora que estamos en la cincuentena.
Saludos.
Estoy muy liado con el dichoso flickr para subir un menu de fotos y no termino de aclararme. A ver si doy con el punto...
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