Quisiera dar comienzo a nuestra crónica de la pasada ruta proponiéndoles un pequeño test, al que podríamos llamar “Cosas que hacer un viernes por la noche”. Marque una de estas tres opciones:
A ) Descansar en casa después de una dura semana laboral. B) Salir a cenar con la familia, y tal vez al cine. C) Pertrecharse con una mochila y un frontal con idea de recorrer 50 km. por el monte en plena noche.
Si usted ha respondido “A” o “B”, entonces es usted una persona cuerda y racional que, por alguna mala pasada de internet, ha terminado recayendo en esta página abandonada a toda sensatez. Si por el contrario ha respondido “C”, entonces le recomendamos que acuda a un especialista, ya que existe un principio de desequilibrio agudo, pero eso sí, le advertimos que no se excuse arguyendo que lo ha hecho como parte de un entrenamiento para una prueba de 101 kilómetros, porque entonces lo ingresarán de por vida en el centro psiquiátrico más cercano.
Y es que larga ha crecido la sombra de los 101 de Ronda, que ya se cierne sobre nosotros.
Así que, aprovechando la irresolución que en la que nos hallábamos los futuros competidores, Juan Lizarán, con buen criterio, decidió darnos un espaldarazo organizando una gran travesía nocturna que bien podría formar parte del entrenamiento cientounero.
La prueba, que en un principio iba a constar de 61 kilómetros, y que por ser la primera, se decidió rebajarla a unos, no menos considerables 55 kilómetros, trascurriría por buena parte de la serranía lorquina y, como decimos, bien podría ser considerada como la primera de una serie de entrenamientos que se irán incrementando en dificultad gradualmente. O eso es, al menos, lo que esperamos la mayoría.
La travesía dio comienzo a las 23.00 horas, siendo su punto de partida la conocida Rambla de Tiata, a la altura de las Alamedas, dirección La Torrecilla. Fueron los primeros pasos de un reducido grupo de doce participantes, ilusionados por ejercer nuestra afición en un horario nocturno poco habitual, lo que representaba una novedad para muchos y un estímulo para otros. Si bien es verdad que la noche no podría haber sido mejor, ya que una estupenda luna llena nos iluminaba lo suficiente para poder prescindir en buena medida de los frontales y el frío aún era tolerable a esas horas.
La rambla no presentó mayor dificultad que unos cuantos cardos afilados y un crujir incesante bajo nuestras botas de caracoles que han tenido mejores noches. Apenas un trámite que sirvió para calentarnos hasta nuestra primera parada técnica en las inmediaciones del hospital Rafael Méndez, al cual llagamos poco después de medianoche. Tan rápido completamos este tramo que incluso pillamos desprevenidos al equipo de apoyo que nos esperaba bastante más tarde. En este punto tuvimos las tres primeras deserciones.
Los nueve restantes miembros de la expedición emprendimos pronto nuestro camino, ya que no había lugar a muchos planteamientos o se corría el riesgo de que el frío nocturno atenazara los músculos y nos impidiera continuar. Nuestra senda nos llevó entonces a las inmediaciones de la conocida atalaya medieval, y que da nombre al entorno de La Torrecilla. Pocos kilómetros más allá, tuvimos nuestro particular calvario en una bifurcación que el GPS se negaba a identificar y que casi nos lleva a completar los 50 kilómetros en una sola cuesta a base de subirla, bajarla y volverla a subir durante un buen rato. Menos mal que a esas horas intempestivas no había nadie en las inmediaciones que nos viera dar vueltas sobre nuestros pasos una y otra vez. Pero un GPS sin batería es lo que tiene.
Aún con todo, tuvimos el suficiente ánimo para reírnos del incidente tras descubrir que pocos metros más allá las dos bifurcaciones se unían en un solo punto, y motivarnos para recuperar el tiempo perdido imprimiendo a la marcha un ritmo frenético que nos volvió a colocar en nuestros segundo punto de parada en un tiempo record.
En esa ocasión se trataba de la casa rural “La Solana” de nuestro querido Tano, quien tuvo a bien brindarnos un merecido reposo a base de chocolate caliente, café y comida en un entorno inmejorable. Aunque a todos nos hubiera gustado permanecer más tiempo al abrigo de sus gruesos muros, no tuvimos más remedio que hacer un esfuerzo considerable para enfrentarnos de nuevo a la oscura noche y dejar atrás el calor del hogar, pues ya empezaba a refrescar en serio a esas horas de la madrugada. Si bien la sensatez hizo mella en dos de nuestros compañeros que con buen juicio decidieron que no eran horas de trasnochar y abandonaron en ese punto.
Nos enfrentábamos ahora al tramo más largo de la ruta sin contar con más apoyo que nuestra moral, que era mucha, y con un GPS que, contra todo pronóstico, seguía funcionando. A nuestro equipo de apoyo no lo volveríamos a ver hasta mucho después. Así que no nos quedó más remedio que abrigarnos bien y continuar nuestra marcha por el entorno de El Pradico. Lástima que la oscuridad no nos permitiera disfrutar de este paraje al que, sin duda, habrá que volver, cuando organicemos los 202 de Lorca (
¡para chulos, nosotros!) o cuando alguna de nuestras muchas salidas discurra por singular paraje.
A esas horas los pasos eran rápidos pues la pista era cómoda y el suelo húmedo se amoldaba bien a las suelas proporcionándonos un colchón natural que se agradecía tras llevar ya recorrida la mitad de la ruta. Tan sobrados íbamos que decidimos complicarnos un poco las cosas nosotros mismos, sin ayuda de nadie, abandonando la pista y metiéndonos de lleno en la llamada Rambla del Ortillo, que frenó nuestras aspiraciones de que todo iba a ser fácil. Pronto unos enormes pozos excavados en la tierra, semiocultos por la oscura noche y altos matorrales, nos puso sobre aviso de que debíamos andarnos con mucho tiento si no queríamos terminar en el fondo de uno de ellos. Por si partirse la crisma fuera poca diversión, la senda era irreconocible y nos obligó a tener que traspasar densos follajes que casi precisaron de un buen machete para abrirse paso, a caminar por campos cultivados repletos de infinidad de piedras que se clavaban como agujas en las ya cansadas suelas del pie, a subir empinadas lomas y a volver sobre nuestros pasos en alguna ocasión, hasta que por fin alcanzamos de nuevo la pista que nos llevaría directamente a nuestra tercera, y penúltima, parada en El Consejero.
En ese momento llevábamos ya casi 40 kilómetros recorridos y amanecía en el horizonte. Teníamos los pies agotados, las botas húmedas y, en el mejor de los casos, estábamos embarrados hasta los tobillos. Pudiera pensarse por estas palabras que estábamos en las últimas y sin ánimos después de tantos pasos caminados, pero muy al contrario, como bien se encargaron de demostrar algunos de nuestros compañeros proporcionándonos un buen puñado de chistes malísimos, pero que nos hicieron reír con ganas antes de alcanzar nuestra tercera parada técnica donde nos esperaban los miembros del equipo de apoyo.
Tras un rápido desayuno, pues se corría más que nunca el riesgo de enfriamiento, como bien pudimos comprobar con otras tres bajas más a añadir a la larga lista de caídos en combate, emprendimos pronto un empinado camino por la conocida Rambla del Cambrón dirección al Cejo de los Enamorados, que a esas horas de la mañana ya empezaba a bullir de actividad senderista. Impagables fueron las caras de los conocidos que se interesaron sobre el arranque y destino de nuestra ruta. De hecho creo que hemos perdido algunos potenciales socios de la carrasca para siempre, pues debieron tomarnos por perturbados como poco.
Y tras muchas horas trascurridas, sin saber si teníamos más sueño que cansancio o todo lo contrario, llegamos cerca del mediodía al kilómetro 50 en la plaza de España donde los únicos cuatro supervivientes de la prueba (Benito, Marcos Cano, Juan Lizarán y un servidor) nos despedimos hasta nuestra próxima temeridad que, confiemos, no se hará esperar demasiado. O eso, al menos, es lo que deseamos los que tuvimos la fortuna de participar en una prueba exigente, pero muy bien llevada tanto por el equipo técnico que la ha diseñado (Juan Lizarán), como por el equipo de apoyo, capitaneado por Andrés, Juanan y Tano.
Enhorabuena a todos y nos vemos en la próxima… o no.
Saludos.
Khristo.